Historia de una enfermedad. EL SIDA.
El SIDA se revela mediante la aparición de una o varias infecciones oportunistas: las más frecuentes en nuestros países son la pneumocistosis y la toxoplasmosis. En Africa, son la tuberculosis y la criptococosis. Pueden aparecer también hemopatías, linfomas o sarcoma de Kaposi. En más del 40 % de los casos, se observa que el virus mismo o un agente oportunista han afectado el sistema nervioso. Esas enfermedades señalan la debilidad del sistema inmunitario.
Por definición, una infección oportunista no se desarrolla en un sujeto cuyas defensas inmunitarias son normales. En caso de SIDA, se pueden desarrollar varias al mismo tiempo. Pueden incluso afectar el mismo órgano, por ejemplo el cerebro. Al verse especialmente afectada la inmunidad celular, a menudo son gérmenes intracelulares los que originan las infecciones.
Éstas se caracterizan por su gravedad y su posibilidad de reaparición. Afortunadamente, numerosos antibióticos resultan eficaces tanto para prevenirlas como para curarlas. Eso es lo que ha llevado a poner en práctica una profilaxis para algunas de ellas (toxoplasmosis, pneumocistosis y micobacteriosis) antes incluso del primer episodio infeccioso y a continuación para prevenir el siguiente.
La naturaleza de las infecciones oportunistas depende de su frecuencia en la población general del entorno. En Africa domina la tuberculosis. En Estados Unidos, el Canadá y Europa, la pneumocistosis. En Francia es igualmente frecuente la toxoplasmosis: parece ligada al con
El sistema inmunitario controla numerosas células pretumorales. Cuando se debilita, las células se desarrollan para formar un sarcoma de Kaposi o linfomas, relacionados en particular con el virus de Epstein-Barr.
El sistema nervioso se ve también afectado muy a menudo. En el momento de la infección primera, esa afección se traduce a veces en una encefalitis, una meningitis o una afección de los nervios periféricos. Todas esas manifestaciones retroceden de manera espontánea. Se piensa que algunas cepas víricas tendrían una afinidad mayor con las células macrófagas que con los linfocitos. Una vez infectadas, las macrófagas atravesarían la barrera de la meninge, que protege el cerebro, y originarían pequeños focos de infección vírica.
En el momento en que el SIDA se declarara, estos focos serían reactivados al desplomarse el sistema inmunitario. Una encefalitis se desarrolla entonces en el 20 % aproximadamente de los pacientes. Los primeros signos son dificultades de concentración, lapsus de memoria, lentitud intelectual. Después, de manera progresiva, al cabo de algunas semanas o de algunos meses, se produce un estado de demencia. En diferentes exámenes, el cerebro pierde su sustancia blanca y en ocasiones se atrofia. Esa encefalitis es la complicación neurológica más frecuente en la fase de SIDA. Del 40 al 80 % de los enfermos presentan así manifestaciones neurológicas más o menos severas. Existe una forma muy grave de esa infección en los recién nacidos de madre seropositiva que tienen un déficit inmunitario importante. En todos los casos se trata de un pronóstico muy sombrío.
Se plantea la cuestión de saber cómo produce el virus esos trastornos mientras no infecta las neuronas. Se piensa que se debe a mecanismos indirectos. Las células macrófagas segregan citocinas inflamatorias que perturban mucho el funcionamiento de las células gliales, que rodean las neuronas, o que liberan productos de oxidación, en particuIar óxido nítrico. En pequeña dosis, éste es un mensajero entre las células nerviosas. En dosis mayor es un veneno que impide su funcionamiento. Recientemente se ha demostrado que el virus podía infectar células gliales en cultivo, siendo estas células las que nutren a las neuronas. El que se vean afectadas podría así alterar el funcionamiento de estas últimas directamente o acarrear su muerte por apoptosis.
El sistema nervioso es también la sede de infecciones oportunistas: toxoplasmosis cerebral (en el 14 % de los casos), encefalitis por citomegalovirus, criptococosis neuromeníngea (19 % de los casos), linfomas, o también leuco-encefalia multifocal causada por un pequeño virus en el ADN.
En el curso de la enfermedad pueden también sobrevenir manifestaciones hematológicas variadas: disminución del número de plaquetas sanguíneas con perturbaciones de la coagulación, alteración de las líneas cepas sanguíneas, presencia de auto-anticuerpos en la sangre.
En esa fase de la enfermedad, todos los parámetros inmunitarios se colapsan. Los linfocitos son muertos por el virus o mueren de apoptosis. Una caída de los linfocitos T4 precede a veces a la aparición de una infección oportunista. ¿Cuál de estos dos factores es el que determina al otro? La infección oportunista, al estimular los linfocitos, aumenta el riesgo de infección por el virus.
Además, en todas las células del organismo, se acelera un proceso destructor: el estrés oxidante. Las células macrófagas activadas e infectadas liberan en la circulación cantidades cada vez más importantes de productos de oxidación, de radicales libres, que son tóxicos para las otras células. Provocan la apoptosis y rupturas de ADN y modifican las membranas de las otras células, que se convierten a causa de ello en más frágiles. Ese mecanismo implica una destrucción celular muy importante. En la fase terminal, ya no quedan linfocitos T4 en la sangre mientras que circulan grandes cantidades de antígeno vírico. La muerte puede producirse como consecuencia de la recidiva de una infección, de un cáncer, de una encefalopatía o incluso por caquexia.
Esta última evolución es muy característica del SIDA. Se asiste a un hundimiento muscular enorme y se acelera la pérdida de peso. En el origen de ese fenómeno se encuentra la desnutrición. El virus, directa o indirectamente, afecta mucho el tubo digestivo: los productos de digestión son absorbidos en menor medida por el intestino. Sin embargo, las células epiteliales en forma de cepillo, cuya función es absorber los alimentos necesarios para el funcionamiento del cuerpo, no se ven infectadas directamente por el virus. Pero se resienten dado que las placas de Peyer, situadas justo debajo de ellas, contienen linfocitos infectados, que segregan citocinas que perturban mucho su funcionamiento. Progresivamente, los productos de la digestión dejan de ser absorbidos. La infección probablemente tiene también un efecto directo o indirecto sobre las fibras musculares afectando a las mitocondrias, organitos intracelulares que son necesarios para su funcionamiento, puesto que les proporcionan energía química. Los músculos se atrofian, siendo los del rostro los primeros en verse afectados.